El síntoma se convierte en nuestra referencia clínica fundamental, a partir de él podemos situar la orientación particular que cada sujeto encontró para su larga historia de vida, de vida escandida, incitada, interferida por el lenguaje. ¿Qué orientación es la del síntoma? La orientación de lo real, la orientación del significante excluido a la vez del campo de la significación y del sentido. Esta es la última definición de lo real que da Lacan: es lo que no tiene sentido y, sin embargo, encuentra en el síntoma un representante en el campo del sentido. El síntoma es lo que viene de lo real.
En el imaginario psicológico subyace una fuerte asociación entre borderline, vida tormentosa y destino penoso. Desde el campo de la clínica los profesionales tienden a prepararse para afrontar un tratamiento difícil, turbulento y con alta posibilidad de fracaso. Esto produce a veces un sesgo por el cual ciertos pacientes críticos con su terapeuta, que se enojan con él o evolucionan mal, suelen ser sobrediagnosticados como borderline. De todos modos, los cuadros borderline, junto con los esquizoides y los antisociales, son trastornos de personalidad graves y frecuentes, a tal punto que constituyen el 25% de los pacientes psiquiátricos hospitalizados y el 15% de los pacientes ambulatorios.
Los sueños sirven de compensación. Esta suposición significa que el sueño es un fenómeno psíquico normal que transmite a la consciencia las reacciones o impulsos espontáneos del inconsciente. Muchos sueños pueden interpretarse con la ayuda del soñante, el cual proporciona, a la vez, las imágenes del sueño y las asociaciones que provocan, con lo cual se pueden examinar todos sus aspectos.
Para los junguianos el sueño no es una especie de criptograma típico que puede descifrarse mediante un glosario de significados simbólicos. Es una expresión integral, importante y personal del inconsciente individual. Por tanto, Ia interpretación de los sueños, ya sea por el analista o por el propio soñante, es para los psicólogos junguianos un asunto totalmente personal e individual (y, a veces, también experimental y muy largo) que, en modo alguno, puede confiarse a normas empíricas.
Es muy poco lo que podemos elegir, son tantas las determinaciones que restringen nuestra libertad. Múltiples, variadas, apabullantes muchas veces, y ya desde el comienzo; no elegimos nacer, ni dónde, ni el tiempo en que nos toca vivir; llegamos a la existencia biológicamente prometidos a la muerte y determinados por una ciega y desconocida carga genética, que a su vez condiciona una anatomía o bien de varón o bien de mujer.
El sujeto psicótico padece por las consecuencias de un déficit en el nivel de la simbolización. Es un hecho clínico verificable, y no son solo los familiares, que en muchos casos no entienden qué le pasa al psicótico, quienes sufren las consecuencias. Muchas veces es el psicótico mismo quien lo padece y pide ayuda, y eso nos habilita a escucharlo y eventualmente a ofrecerle la posibilidad del psicoanálisis.
El occidental contemporáneo que se hace budista, en realidad está utilizando la sabiduría de Oriente como coartada espiritual, como aliño místico para su particular ensalada vital, elaborada básicamente con gigantescas dosis de narcisismo. El sujeto ilustrado del siglo XVIII, al llegar al final de su andadura, desemboca en lo que, refiriéndose a los años 70 del siglo XX, Tom Wolfe llamó “la década del yo”; en la “cultura del narcisismo” de los 80, según el título del célebre ensayo de Christopher Lasch; y en lo que, hacia 1991, Francis Fukuyama, en El fin de la Historia, denominó “el último hombre”, que cumple la profecía nietzscheana sobre el empequeñecimiento ontológico del hombre occidental. Este sujeto de ego hipertrófico y con un desaforado sentido de su propio yo, basa su vida en el siguiente lema: “Lo que yo deseo, lo que yo siento, lo que yo siento”.
La transferencia constituye una noción fundamental del psicoanálisis, a punto tal que ha llegado a definir el acto analítico mismo. En este sentido, Freud planteaba en su Presentación autobiográfica, que el análisis sin transferencia es una imposibilidad. A lo largo de los años, Freud fue de alguna manera “descubriendo” la transferencia –o mejor dicho, tropezando con ella al modo de un obstáculo y una resistencia. A grandes rasgos, lo que puede describirse en un nivel fenomenológico es que durante el curso de ese recuerdo hablado en análisis, el paciente comienza a comportarse curiosamente hacia el analista.
“En ninguna persona sana faltará algún complemento de la meta sexual normal que podría llamarse perverso, y esta universalidad basta por sí sola para mostrar cuán inadecuado es usar reprobatoriamente el nombre de perversión”. (Freud, 1905, p. 146).
Niños y perversos hacen necesaria la extensión del concepto de sexualidad. Es genitalidad y tambien algo más allá de lo genital. La sexualidad ya no sólo es entendida como genitalidad sino construyendo un campo donde el sexo quedará aislado del Saber. (Masotta, Lecciones de Introducción al Psicoanálisis, 2006).
El trabajo de Freud titulado: “Tres ensayos de teoría sexual (1905)” fue traducido y publicado por Amorrortu editores, tomando como referencia la sexta edición alemana de 1925, es decir, la última versión publicada en vida de Freud. Esto significa una ventaja, entendida como atajo, para conocer cuál había sido y cuál fue la posición de Freud respecto a La Perversión desde 1905 a 1925.